El París de Hemingway y el de Vila-Matas


París es una


Esto no es un accidente: quiero escribir algo de Ernest Hemingway, porque he leído cosas de él, porque hoy cumplió años. Y aunque últimamente no sé qué día es, revisé en el calendario y sí, es 21 de julio, día que me acordó a lo que escribía Enrique Vila-Matas en París no se acaba nunca. Tuve en mis manos un Fiesta de Ernest Hemingway y dos París no se acaba nunca, y leí y viví el ritmo de anécdotas, el back and forth en la línea de tiempo, los paralelos exhaustivos entre el París de Hemingway y el París de Vila-Matas, mi nuevo mejor amigo. ¿Qué mejor manera de celebrar este 21 de julio que con las frases de París no se acaba nunca? El libro te habla muy abiertamente de una obsesión con Hemingway que empieza en la juventud de Enrique y lo persigue en su vida adulta; y, al igual que París, no termina nunca.

¿Y qué hacía yo en la buhardilla de Duras? Pues básicamente tratar de llevar una vida de escritor como la que relata Hemingway en París es una fiesta.

Hacía lo que Hemingway hizo con Gertrude Stein y, como bien narra la contraportada de mi edición del bolsillo impresa con papel ecológico como producto de la modernidad en la que vivimos, “en vez de codearse con Scott Fitzgerald, Ezra Pound o Pablo Picasso, trata con Roland Barthes, Georges Perec, Isabelle Adjani, Julio Ramón Ribeyro y la escurridiza Paloma Picasso”. Cuenta escenas en las que juegan roles innatos estos personajes de la vida real que no conozco y en su ir y venir le enseñan al narrador-autor acerca del registro lingüístico, de miradas asesinas y de extremos y opuestos. Claro, también hay una escala de grises entre el sedentario que busca moras en el bosque con los nietos y el eterno extranjero-viajero.


Todo se acaba menos París, que no se acaba nunca, me acompaña siempre, me persigue, significa mi juventud. Vaya adonde vaya, viaja conmigo, es una fiesta que me sigue. Ya puede acabarse este verano, que se acabará. Ya puede hundirse el mundo, que se hundirá.

Que se hunda el mundo que se está hundiendo, mientras siguen vivos los lazos que miles, aparte de Hemingway y Vila-Matas, han forjado en París.


Llevo años intentando ser de lo más misterioso, imprescindible y reservado posible. Llevo años tratando de ser un enigma para todos.
Y esta consciencia de la identidad en construcción me hizo pensar (mucho) a un momento en el que le conté a mi diario que ya basta con expresarme tanto: me convertiría en una mujer misteriosa, difícil de leer, en vez de un libro abierto que nadie interpreta bien. Pero a Vila-Matas y a mí nos pasó lo mismo: esta especie de resignación, de entregarte a que parte de tu ser es y será lo que otros ven de vos. Y todo lo que él quiere es que lo vean como Hemingway.

...toda mi juventud y todo mi verano cabían en ese momento de mi vida y muerte, cabían en esa rue Amyot de París…

Los momentos tienen dimensiones: son un espacio medible, como un párrafo que se mide en línea, como una gaveta, un cuarto, un 65m2 en el que viví por dos años… Son esto que describe Vila-Matas con el verbo caber, espacios en el que se vacían los hitos personales que acumulamos, que llevamos guardando, que se vuelven nuestra maleta, el equipaje que no todos pueden cargar.

Creo que en esos días yo daba la espalda al mundo, a todo el mundo. Sin lectores, sin ideas concretas sobre el amor ni la muerte, y para el colmo escritor pedante que escondía su fragilidad de principiante, yo era un horror ambulante.

Pocas cosas son tan hermosas como la humildad de reírse de uno mismo, que vemos maquillada con la ficcionalización y la retrospectiva a lo largo del libro. Este tono, la ironía y la autodérision hacen que las escenas a las viajamos con Enrique en sus recuerdos y referencias a lecturas no sean solo alguien que se jacta del privilegio de tener un París que se acerca más al de Hemingway que el de tú y yo.

Me gusta tanto lo que hay en París que la ciudad no se me acaba nunca. Me gusta mucho París porque no tiene catedrales ni casas de Gaudí.

Me gusta tanto esta frase, no solo porque me gusta tanto París que puedo ir al París de varios autores y hasta al de cineastas y no me aburre, no se acaba. Me gusta mucho porque me hace ver París con ojos que no son de París, que se acercan a los míos que tampoco son franceses; y veo esa Barcelona que yo no puedo ver, porque mis ojos no son los de Enrique Vila-Matas que ha visto esa ciudad toda su vida.

En la Barcelona mojigata y franquista de la que yo venía era impensable ver a una mujer sola en un bar, y ya no digamos leyendo un libro.

Y veo que sus ojos no acostumbrados a una mujer sola, con el tono que me enamora, me acuerda a que acostumbramos ver en El Salvador. Y el primer adjetivo para describir a la ciudad, fantástico.

Qué horror. ¿Acaso ya no sé estar conmigo mismo? En el colegio me decían que, según Erasmo, quien conoce el arte de estar consigo mismo nunca se aburre. Parece que yo he olvidado ese arte.

En un bus de 9 horas me dijo mi amiga, la Mae, que no puede aburrirse el que maneja el arte de estar consigo mismo, visto desde la pantalla de un Samsung, en 2010. Me alegra mucho saber que hay un paralelo entre una ida a Managua y el colegio de Vila-Matas. Ah, aparte de que él lo dice en el contexto en el que describe la depresión hija del demonio que uno atraviesa cuando está solo, aislado, perdido y un poco cansado ya de varios días de cambios; cans.



Todo se acaba, mi estadía en París también, "menos París que no se acaba nunca"
Patricia Trigueros

Paty Trigueros

105 lbs, Sagitario, 1m56. Paty Stuff son las cosas que llenan mi agenda, las reseñas y anécdotas que lo recuentan. Hablo español, inglés, francés y spanglish. Me exilié en Francia por cuatro años y al regresar caí en copy publicitario, entre otras cosas. Redacto, escribo, traduzco, me río, tomo mucho café, soy una fumadora de medio tiempo y como como señorita pero tomo caballero.

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