El desierto de Atacama grita, parte 2

me entrego a San Pedro de Atacama




Vuelve a gritar el desierto de Atacama, crónica de viaje

“El mismo cielo que cae sobre las piedras cae sobre él. Todas las piedras gritan.
Gritan, el desierto de Chile grita. Nadie diría que esto puede ser, pero gritan.” - Raúl Zurita

Esas palabras de Zurita aparecieron en mi pantalla. Santiago casi nunca me escribe, pero cuando lo hace…

Me dieron ganas de casarme con las palabras de Zurita.
lo cual
era imposible,
dado que me encontraba
encerrada en el baño
con insomnio
y mal de altura
con una ruptura efervescente
que me perseguía
me seguía desde El Salvador
hasta el cuarto de baño
de ese hostal chileno
el estómago revuelto
mi frente fiebrosa
Ya no quiero
nada.

Más que el revoltijo de emociones y deseos que provocan los paisajes que gritan (sí, esos paisajes que le pertenecen al Norte de Chile y a la gente dichosa de allá del desierto de Atacama), fue el efecto [o] la sensación de sorpresa. En los cinco días que estuvimos en el desierto, desde que atravesamos los 106 kilómetros desde Calama hasta San Pedro de Atacama, hasta el final que el shuttle al aeropuerto se detuvo a recoger a alguien en un hotel lujoso al cual entré a usar el baño, no dejé de sentirme sorprendida.

El día dos o tres en el Desierto fue lento, largo y mágico. La sensación de sorpresa siguió esta cadencia pausada, me acompañó desde la laguna Chaxas a las 7 y media de la mañana hasta las lagunas altiplánicas, ya entrada la tarde. En la mañana predomina el azul: azules las aguas, azules las montañas, azul el plumaje de los flamingos, azul el reflejo de las montañas y volcanes en el agua; un espejo azul. Del azul, nos fuimos a piedras rojas y vimos verdes que únicamente brotan en el altiplano. Los gritos del Desierto se extendían en las grietas visibles de las piedras, las montañas, los cerros nevados.

Recorrimos todo en un busito, y yo veía por la ventana sorprendida. Nuestro guía compartía, a medida avanzábamos, la narrativa del Desierto, de los gritos. “Los factores climáticos, su pasado como lecho marino, las altas concentraciones de sal y su posición geográfica, todo contribuye a la generación de los extraños paisajes del Desierto de Atacama.”  // Es por eso que hay salares, y el altiplano que empieza a partir de más de 4,000 msnm tiene su propia vegetación y fauna. Nos detuvimos a media carretera, porque apareció un zorro. Las vicuñas estaban a la izquierda y a la derecha. La comida, también varía. Bajamos de las lagunas altiplánicas, del frío de 4,200 msnm aproximadamente y nos detuvimos en el Valle de Jeres y el pueblo de Toconao. Allí al lado de la iglesia conservada habían campos de quinoa. //

Yo me quería arrojar a los campos de quinoa.

Las carreteras que tomamos conectan con facilidad al norte de Argentina, al Sur de bolivia. El paseo me conmovió hasta sentir la seguridad de quedarme allí para siempre, la certeza sin precedente de que pertenecía allí. Hacer idas y vueltas por todas las pequeñas ciudades, vivir en el paisaje en vez de solo verlo. Cultivar mi propia quinoa y vestirme solamente con ropa tejida, colorida de bolivia o con los colores pardos de los tejidos chilenos. Aquí es donde pertenezco, el el norte del sur, al sur de los trópicos. Llegué cansada, con dolor de cabeza e inquieta. Debe ser la mezcla de sensaciones, de sorpresas.

Incluso las sensaciones eran sorprendentes. El clima árido me secaba la piel y altura me mareaba, pero yo no sabía del todo qué era el desierto y sus gritos los que me estaban afectando;
nunca
he tenido los labios
tan afectados.
deberíamos cancelar
los planes de cenar
e irnos a encerrar
a humectarnos la piel
y leer cada una
un libro
y soñar despiertas
el cielo atrás
y caminando en mi tiempo a solas, me crucé con un lugar que tenía un rótulo grande: Vulcano expeditions. Al leerlo volví a ver a mi alrededor y me dije, “Sí es cierto que estás cerca de la cordillera de los Andes, en tierra volcánica.” Mi tierra volcánica que estudié en el colegio, el cinturón de fuego, las cordilleras que se dividen en otras cordilleras, conocido en los libros y desconocido en mis viajes.

La única caminata que podíamos hacer, puesto que ya teníamos definido itinerario con Colque Tours, el Mefistófeles con quien habíamos pactado –abarcando “los clásicos del Desierto de Atacama”– era el cerro El Toco. Yo estaba segura de que todo iba a estar bien, que las montañas eran mi amigas y que la altura también. Mi amor por los volcanes es más fuerte que la fragilidad de mi cuerpo, aunque es más visible mi sensibilidad.

Me había dormido con dolor de cabeza, ¿pero qué es lo peor que puede pasar?

Carlos nos recogió a las 8 AM para la caminata volcánica, al cuarto día de gritar con el desierto, y lo recibimos con un gran abrazo. Llegamos en auto hasta los 5,000 msnm, puesto que hay carretera hasta ese punto. Allí al lado del cerro que íbamos a subir, hay un observatorio, y la subida en carro hace menos exigente la caminata. Para nuestro guía y amigo Carlos, el ascenso no era nada: subir hasta los 5,600 metros era facilísimo, para él que hacía expediciones de días enteros y camping en las alturas andinas. Para nosotras, solo estar allí ya era difícil: no nos bajaríamos del auto hasta que no nos comiéramos sándwiches de desayuno y tomado café. Además, hacía menos frío dentro del auto.

No se escuchaba nada más que el viento cuando iba subiendo, abrigada, viendo del lado al lado esos paisajes color cobre, color ladrillo, con toques de morado. Iba adelante, y no me estaba costando, mi equipo montañero atrás. Yo era una vicuña, y todos estaban soprendidos. “OH, Caminas muy bien, Paty.” Cuando los esperaba y me alcanzaban, tomábamos un descanso. Carlos lo usaba para fumarse un cigarrillo, inmune a la exigencia física del ascenso, y nosotras para platicar y contarle al guía nuestras vidas, males, milagros, andanzas. Sutilmente, Carlos nos recordaba que platicar quitaba fuerza y que lo importante era ir despacio, y respirar.

Yo no iba despacio. Yo era una vicuña y en el viento se escuchaban los gritos del desierto. Mascaba hojas de coca y me tomaba selfies. Nos deteníamos únicamente para marearnos con la belleza de la vista. Podíamos ver todo el desierto, y Carlos nos señalaba con su dedo dónde estaba el volcán Lascar, cuál era la frontera de Bolivia. Allí me quería quedar a vivir, vivir en el paisaje que grita. Merecíamos un aplauso por llegar a la cumbre. Posamos para una foto y descansamos, esta vez con comidita y agua...  hasta que se me empezó a cerrar un poco la vista, y me sentí mareada. Estaba bonita la vista pero, pues, ya, ¿no? Empezó el descenso.

Ya no era una vicuña, rápida y elegante. Iba de último, y me caí. No me lesioné, y me logré levantar y seguir mi camino. Ellos ya estaban lejos y no escucharon mi drama.

–¡¡¡ME CAÍ!!!!!!!
x 3

Un poquito más, un poquito más… hasta que me metí directo al carro a acostarme y cerrar los ojos, con dolor de cabeza y cuerpo magullado, mientras Carlos manejaba contento oyendo ska. Nos dijo que éramos muy cariñosas, que nuestro país debe ser muy cálido. El calor de mi país se estaba vaciando de mi cuerpo, y yo sudaba helado.


Luego de comer, de tomar dos cafés, hacer una siesta, e ir a los últimos tours, no me había logrado sentir mejor. “Te ves mal”, me advirtieron. Mis ojos rojos, las manos heladas, y náuseas que no se calmaban. Temblaba cuando hacía calor y sudaba cuando hacía frío. La tierra altiplánica que me había sorprendido tanto me estaba expulsando. Llegué pálida a la recepción de Hoiri Ckunza y me dijo el señor “Tiene mal de altura. Tómese esto” y me preparó un té de coca. “No la va a curar, pero en algo la va a aliviar.” Bebí el té, jugando con mi celular, leyendo a Raúl Zurita, sufriendo con los labios secos y las mejillas quemadas. Yo quiero al desierto de Atacama, pero el desierto no me quiere a mí.


THE END

vista desde el Cerro El Toco

Paty Trigueros

105 lbs, Sagitario, 1m56. Paty Stuff son las cosas que llenan mi agenda, las reseñas y anécdotas que lo recuentan. Hablo español, inglés, francés y spanglish. Me exilié en Francia por cuatro años y al regresar caí en copy publicitario, entre otras cosas. Redacto, escribo, traduzco, me río, tomo mucho café, soy una fumadora de medio tiempo y como como señorita pero tomo caballero.

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